Fuente Terra Uruguay
El Senado de Uruguay acaba de aprobar un proyecto de ley que permite que las parejas formadas por personas del mismo sexo adopten niños. Todo el arco conservador del país, con la Iglesia católica a la cabeza, se levantó en pie de guerra contra la iniciativa del gobierno con la esperanza de que la Cámara de Diputados, donde aún debe aprobarse el texto para que entre en vigor, lo rechace en nombre de las tradiciones, la moral y las buenas costumbres.
La Iglesia Católica criticó duramente el proyecto por considerar que los abundantes niños de este país que fueron abandonados por sus padres y que carecen de una familia que los acoja serían criados en forma «antinatural» en el caso de que fueran adoptados por padres del mismo sexo.
«¿Me hubiera gustado crecer en una familia con ¿dos papás¿ o con ¿dos mamás¿? ¿No fue mejor acaso crecer con un papá y una mamá? Si mi mujer y yo tuviéramos un accidente y falleciéramos ambos, ¿estaría de acuerdo en que a mis hijos los adoptara una pareja homosexual, o preferiría que los adoptara un matrimonio común y corriente?¿. Estas son algunas de las preguntas que se hace la Iglesia Católica y que, a su juicio, deberían plantearse los diputados al votar el proyecto de ley, sancionado por el Senado.
La archidiócesis de Montevideo, a través de un comunicado del Instituto Pastoral de Bioética «Juan Pablo II», consideró «altamente negativo» este proyecto de ley en el entendido de que «constituye una transgresión a los derechos del niño» y manifestó su pena por el atropello «a la dignidad de la persona humana y en particular de los niños» que cometieron los senadores al aprobar lo que llamó la «desgraciada iniciativa».
Los obispos ya habían proferido algunas quejas hace aproximadamente un año cuando el Parlamento uruguayo aprobó una ley que otorgaba a las parejas homosexuales los mismos derechos que a las
heterosexuales en materia de pensiones por viudez, herencia, etc. La ley otorgó a quienes hubiesen vivido más de cinco años en concubinato, independientemente de que fueran parejas heterosexuales u homosexuales, los mismos derechos que a quienes viven o vivieron en santo matrimonio. Nada demasiado revolucionario, por cierto.
Nadie en este país, salvo la Iglesia católica y su punta de lanza en el Parlamento, el Partido Nacional, se opuso a corregir la discriminación legal que sufrían los homosexuales. De creer a nuestros obispos, los legisladores que aprobaron aquel proyecto y éste sobre adopción por parejas homosexuales están imbuidos de convicciones «anti-naturales» por el mero hecho de que otorgar los mismos derechos a homo y heterosexuales.
Quienes creían que ya nadie se atrevería a impugnar las conquistas democráticas más elementales (entre ellas, la idea de que los conflictos del mundo terrenal no pueden dirimirse apelando a lo
s dogmas religiosos) y que las aguas de la fe y la política estaban definitivamente separadas, les ha llegado un nuevo aviso de que aún hay resabios premodernos entre nuestros pastores.
A pesar de las continuas «recaídas» en lo religioso que suele provocar el desasosiego que produce al individuo secularizado la ausencia de Dios y su estar solo-en-el-mundo, cierto optimismo ilustrado nos juega malas pasadas y nos empuja a pensar que el laicismo ganó definitivamente la partida. Sin embargo, la experiencia indica que no hay conquista democrática que se alcance de una vez y para siempre.
Precisamente en Uruguay, país en el que, a pesar de todos los pesares, la iglesia católica está razonablemente confinada al espacio del que jamás debió haber salido -el de las creencias privadas-, los obispos han vuelto a desafiar las leyes de una sociedad laica y democrática.
Desde hace mucho tiempo, la mayoría de personas en Uruguay no cree que los curas tengan mayor autoridad moral que el más humilde de los ciudadanos o que los evangelios valgan más que un argumento, pero los obispos han vuelto de todos modos a las andadas y pretenden pontificar sobre los asuntos terrenales.
Hay que decir, con todo, algo sobre la pretensión obispal de que la adopción de un niño por una pareja formada por dos personas del mismo sexo sólo traerá desgracia y sufrimiento al niño adoptado. Aunque ya hay experiencias en otros países que no parecen confirmar estos anuncios apocalípticos, creo que es demasiado pronto como para sacar las radicales conclusiones que sacan los obispos. Las costumbres sexuales, los paradigmas familiares y las formas que asumen las parejas están en plena mutación pero la Iglesia lo que nos propone es enviarlas todas a la hoguera.
Lo que los conservadores argumentan es que los hijos de gays sufrirán un desequilibrio emocional que les podría traumatizar grave y definitivamente, alegan que un niño o una niña criados por dos mujeres o dos barbudos no internalizará los roles sexuales que si poseerá el niño nacido de un matrimonio ¿común y corriente¿, como lo llama la Iglesia. Aún no lo sabemos con certeza, pero dado que la familia convencional está lejos de haber demostrado que en todos los casos produce los resultados benéficos que se alegan (y que incluso ha convertido la vida de muchos párvulos en un auténtico infierno) creo que a las parejas de online pharmacy azithromycin homosexuales le asiste el derecho de intentar ser tan buenos (o malos) padres como una pareja heterosexual.
Los progenitores heterosexuales no están vacunados contra los problemas inherentes a criar hijos ni son la receta infalible para alcanzar la felicidad de los hijos. Son tan capaces de arruinarles la vida como cualesquiera otros. No deberían ser, pues, una coartada para impedirles a quienes no tienen sus mismas preferencias sexuales pasar por la experiencia de criar y educar a un hijo.
Qué duda cabe de que es posible que los niños de parejas gays terminen asumiendo una idea de los roles sexuales distinto al de los niños criados de manera tradicional. ¿Pero es acaso tan terrible eso?